Muchas veces caemos en la tentación de comprar cosas que no necesitamos. Una buena práctica es que antes de comprar algo paremos, y nos preguntemos si esto realmente lo necesito o simplemente los medios de comunicación me están vendiendo este artículo como una necesidad. El Evangelio nos confronta con nuestra avaricia, y nos exhorta a ser generosos, pues la vida plena de una persona no depende de la abundancia de sus bienes. Jesucristo vino a darnos el ejemplo de como podemos vivir en comunidad.
¿Cuál es la diferencia entre una necesidad y un deseo? ¿Podemos ser felices con menos cosas y compartiendo más? ¿Qué podemos compartir para el bien común? ¿Cuánto es lo máximo que podemos dar sin afectar nuestro presupuesto, para el engrandecimiento de la obra de Dios? ¿Cómo estamos alimentando nuestra riqueza espiritual?
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“Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían…La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad” Hechos 4: 32-34